20/09/2023

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Una vez, un conocido me dijo: «roba pero hace», al referirse a un funcionario político. Reconozco que no fue la única vez que escuché esa frase, pero el hecho de escucharla varias veces me ha generado ciertos interrogantes. Por ejemplo, ¿cómo es posible que lleguemos a un nivel de mediocridad tal que nos lleve a aceptar explícitamente a una persona que comete delitos porque se supone que con parte del botín realiza «obras»?

Para ensayar una respuesta, tomé como referencia lo que expresa el médico y fundador de la Fundación CONIN, Abel Albino, al afirmar que frente a situaciones injustas, una de las opciones es inmunizarse, es decir, acostumbrarse a lo malo y no reaccionar. Pienso entonces que la «inmunización» podría ser el concepto clave para entender una especie de naturalización y acostumbramiento que constituyen el «sentido común» de algunos sectores de nuestra sociedad hacia la corrupción.

Voy a ensayar ahora una analogía, o sea, una comparación salvando las distancias, entre la inmunización desde el punto de vista de la medicina y la mirada que muchas personas tienen frente a problemas de corrupción política en general.

En el ámbito de la salud, una de las maneras de generar inmunidad, aparte de las vacunas, es a través de la exposición natural a enfermedades, lo cual conduce a que el cuerpo genere progresivamente defensas y, de esa manera, se active la denominada «memoria inmunológica». Esto mejora la respuesta defensiva del organismo en un futuro encuentro con un determinado patógeno.

En cuanto a la mirada frente a la corrupción, puede suceder algo similar. El proceso para llegar a inmunizarse frente a situaciones de corrupción podría ser el siguiente:

Exposición y refuerzo.

Algunas personas son expuestas a pequeñas «dosis» de corrupción a diario, por ejemplo, a través de los medios de comunicación, publicaciones en redes sociales, etc. Esto puede conducir a un acostumbramiento e insensibilización de sus efectos. Lo anterior se va afianzando porque, en nuestros días, la corrupción también ha llegado a la justicia. Así, la exposición a casos de corrupción se refuerza inmediatamente con una dosis de «falta de justicia», lo cual aumenta progresivamente la inmunidad de la ciudadanía. Es así cómo se produce el desarrollo de defensas, gracias a lo cual algunos ciudadanos ya no reaccionan con indignación o sorpresa ante nuevos casos de corrupción. Si todo lo anterior se sostiene en el tiempo, también puede llegarse a un cuadro muy grave de apatía o resignación hacia la lucha contra la corrupción.

Efectos sociales.

Si en una población determinada surgen muchos casos de una misma enfermedad, es posible que el nivel de inmunidad sea muy bajo, lo cual implica el riesgo gravísimo de una propagación desmesurada de la afección. De manera análoga, una mirada insensible ante la corrupción política, que se justifica con enunciados como «roba pero hace», constituye el caldo de cultivo ideal para que esa manera de hacer política se arraigue y perpetúe, degradando la creencia en la idoneidad de las instituciones y desacreditando la democracia.

El círculo que hay que romper.

La inmunidad ciudadana contamina la opinión pública y naturaliza la corrupción. Esto se constituye en una especie de habilitación para los políticos corruptos, cuyas acciones continúan sucediéndose. Gran parte de la población tiene la capacidad de reaccionar y participar en política casi atrofiada porque la considera algo detestable. Además, circula en el imaginario social que «no hay forma» de revertir la situación, es decir, no existe la política basada en principios éticos.

¿Qué opinas? ¿Cómo crees que deberíamos hacer para romper este círculo vicioso?